Supongamos una escena que puede ser tan parte de la vida cotidiana como cualquier otra. Llega por la mañana a su oficina o escuela y decide ir a la cafetería por una taza de café. El cielo está nublado, hay poca luz, a pesar de ser muy por la mañana, el aire se siente frío, casi helado. El mismo clima que hace que la sensación de olor sea fresca, con olor a hierba y un tanto a barro mojado; casi como si pudiese sentir el rocío de la mañana sobre su rostro. De pronto, encuentra en la puerta de la cafetería un rostro conocido, amable, sereno, que al combinar con la mañana refleja tranquilidad. De inmediato piensa que es una ocasión más que certera para iniciar una gran charla. Comienzan a hablar sobre el clima, sobre la satisfacción de tomar una buena taza de café por la mañana, la sonrisa en el rostro de su interlocutor le hace disfrutar aún más la bebida y la charla se vuelve más que amena; ríen y ríen. De pronto, usted comenta lo difícil que es soportar a las personas que no conversan más que de futbol, que la plática lo tiene contento y que, realmente, no puede entender como las personas pasan tanto, y tanto tiempo viendo telenovelas y mirando el futbol. Acto seguido su interlocutor cambia de aspecto. La mirada se vuelve fría; es algo que puede notar claramente. Ya no conserva esa sonrisa dibujada en el rostro, ni siquiera podría decir que se ha desdibujado; simplemente se ha esfumado. No alcanza a comprender por qué, pero antes de que su interlocutor pronuncie una palabra, se da cuenta de que tiene escasos segundos para tomar una decisión: o bien sigue el tema de la conversación, esperando que en el desarrollo de la misma se dé cuenta del porqué de la reacción de su interlocutor o, quizás, tratando de adivinar el gesto de su acompañante, cambia drásticamente el tono esperando regresar al momento previo. Toma una decisión e Intenta disimular un poco el tema y afirma que quizás el futbol no sea el problema, sino la enajenación extrema y que, incluso, durante el mundial, usted observa uno que otro partido de la selección y, quizás eso sí, acompañado de un buen café.
Este es un ejemplo de una interacción social de la vida cotidiana tan común como cualquier otro. Una interacción que conlleva una comunicación entre dos agentes, en el plano simbólico, a través del lenguaje, pero también a través de la conversación de gestos. Analicemos el ejemplo anterior a detalle: Al darse la conversación, uno de los agentes cambia de aspecto, su gesto se modifica en el momento en que escucha una declaración que no le agrada, no dice nada, sin embargo, su aspecto lo delata. El gesto de su rostro es indicativo de que algo no va bien, no es la interacción esperada. Acto seguido, la persona que emitió la declaración se encuentra ante una disyuntiva: o bien continúa con la conversación, sin importarle el gesto de su interlocutor; o bien, “lee” o “interpreta” el significado de esos gestos y se da cuenta de que para seguir en la interacción puede adelantarse a que su interlocutor defienda verbalmente el futbol, y decide defenderlo por sí mismo. Por ello, modifica su comentario, e intenta, de alguna manera, corregir lo que ha dicho o, al menos, tratar de redirigir la conversación para que su compañero se sienta más a gusto y regresar, quizás, al momento agradable anterior.
¿Qué es el pragmatismo?
Tengo la seguridad de que ninguno de ustedes es lego acerca de esta pregunta, pero, al mismo tiempo, hemos hallado que aun para aquellos filósofos que afirman ser pragmatistas no es fácil decir qué es el pragmatismo de un modo que satisfaga a todos y cada uno. Así pues, esperamos que no les importe si comenzamos con una definición lexicográfica del pragmatismo. Dicho procedimiento nos dará lo que Peirce denomina un segundo grado de claridad de la aprehensión. De acuerdo con el Diccionario Online Merriam-Webster, el pragmatismo es
«un movimiento americano de filosofía fundado por C. S. Peirce y William James y caracterizado por las doctrinas de que el significado de las concepciones se debe buscar en sus repercusiones prácticas, de que la función del pensamiento es guiar la acción y de que la verdad se debe examinar preeminentemente por medio de las consecuencias prácticas de la creencia«.
Tenemos aquí un buen punto de partida. Encontramos tres elementos clave: (1) el significado está asociado a repercusiones prácticas; (2) la función del pensamiento se concibe como una guía para la acción y (3) se dice que el examen de la verdad consiste en las consecuencias prácticas de la creencia. Por cierto, se trata de claves para la comprensión del pragmatismo en general. Pensamos que es especialmente importante recordar que los pragmatistas originarios estaban atrapados en una ola de naturalismo que los indujo a otorgar un gran peso a la idea de que el pensamiento funciona como guía para la acción y que, como tal, conecta la experiencia pasada con las circunstancias presentes y con las expectativas futuras. Es fundamental que el pensamiento juegue un importante papel en la supervivencia humana.
Si vamos al Oxford English Dictionary para una ilustración histórica importante del uso del término «pragmatismo», encontramos la famosa cita de 1898 tomada de la introducción pública que de la palabra hizo William James: «Lo principal del practicalismo o pragmatismo, como [C. S. Peirce] lo denominó, cuando por primera vez le oí enunciarlo en Cambridge [Mass.] en los primeros años de 1870, es la pista… siguiendo la cual… podemos seguir nuestro propio sendero.» Nos gusta esta alusión de James a mantenerse en el propio sendero. Tal cosa muestra que desde el comienzo se entendió que el pragmatismo tenía algo que ver con el hecho de que el pragmatismo tiene el propósito o la función de guiar el pensamiento.
Al considerar lo que el pragmatismo es, podemos ver que estamos privilegiando los primeros pragmatistas, Peirce y James, más que los pragmatistas más contemporáneos, como, por ejemplo, Rorty y Brandom. Concebimos a este pragmatismo temprano, el movimiento filosófico que comenzó con el antiguo Club Metafísico de Cambridge, como el pragmatismo clásico que aún hoy guía a los pragmatistas. No todos están de acuerdo. Algunos piensan que la forma más vital del pragmatismo actual, algunas veces denominado «neopragmatismo», se deriva del activismo democrático de Richard Rorty más directamente que de las preocupaciones por la claridad del significado y la verdad que motivaron al pragmatismo clásico (cfr. Mark Bauerlein, The Pragmatic Mind, Duke Univ. Press 1997). Rorty mismo, no obstante, retrotrae su pragmatismo a James y, especialmente, a Dewey, pero desestima a Peirce por haber tomado el camino equivocado. Así es que puede ser un poco engañoso sugerir, como quizás he hecho, que hubo unanimidad entre los primeros pragmatistas. Me veo obligado a considerar la pregunta:
Existe una corriente, tan anticuada como obsoleta, que sigue sosteniendo que al fútbol se debe jugar de igual manera en todos lados, en cualquier circunstancia y soportando cualquier presión externa o interna. “El estilo no se negocia”, “equipo grande sale a ganar en cualquier cancha”(Acaso, más allá de cualquier sospecha infundada que en nada vienen al caso, ¿alguien sale a la cancha a perder?). Es un pensamiento fundamentalista, corto y miope, que no resiste análisis y no lo sostienen argumentos válidos, que sólo se defiende en frases trilladas y super instaladas como las ya mencionadas. El fútbol es un juego complejo, un deporte con innumerables aristas que lo hacen impredecible, donde influyen sobretodo los contextos. Como lo define Xavier Tamarit en su libro “¿Que es la periodización táctica?”, los equipos de fútbol son “sistemas abiertos” porque interactúan con el medio o ambiente en el que se desarrollan y son “adaptativos” porque reaccionan y se adaptan al entorno. Entonces, es prácticamente imposible jugar de igual manera todos los partidos, los campos de juego varían, los rivales se suceden, las dificultades son distintas, etc. y el equipo, a partir de su entrenador, debe preparar cada duelo de manera particular atendiendo todas las circunstancias que se presenten. Surge así el pragmatismo en el fútbol. Tan viejo como moderno, ahora lo podemos identificar con una corriente filosófica.
El pragmatismo define que lo verdadero, es sólo aquello que funciona: “La verdad radica en la utilidad y en el éxito, por lo tanto, todo conocimiento es práctico si sirve para algo, si es posible de realizar” . Así es que se rechazan las verdades absolutas y sostiene que las ideas son provisionales, pueden cambiar, de acuerdo con el objetivo a lograr. Por lo tanto, y trasladándonos a los que nos incumbe, modificar estructuras, estrategias y tácticas en el fútbol, es más que válido y conveniente, para lograr la meta final: la victoria.
Los dos máximos exponentes actuales de esta corriente, y aunque resulte extraño ya que la prensa decidió colocarlos incorrectamente en veredas opuestas, son Joseph Guardiola y José Mourinho. Ambos, múltiples ganadores de títulos en donde han dirigido, supieron adaptar a sus equipos a las circunstancias que se les presentaban, saliendo victoriosos casi siempre. El primero, en sus tres temporadas en Barcelona, y en las dos que lleva en Munich, armó equipos muy diferentes, con distintas ideas pero con una misma raíz: el juego posicional, a través de la tenencia la desarticulación del rival. Así es que, para derrotar a rivales de mayor dificultad, Pep ha hecho cambios posicionales, desde un Messi de extremo a falso 9, a línea 3 y 4, colocar a Busquets, Keita, Lahm o Xabi Alonso de primer pase o de armador, o hasta un Robben corriendo hasta su propia área al lateral rival. Por su parte, el portugués, aficionado al pragmatismo más puro y acérrimo, a adaptado sus ideas de acuerdo a las plantillas con las que contaba: equipos más verticales y contragolpeadores, con doble pivote y tres veloces rompedores de líneas, mas un centro delantero dúctil y goleador. Así es que ha sabido aprovechar al máximo el jugo de sus frutos, con equipos eficaces, prácticos y hasta goleadores, sin temor de hacer planteos ultra-defensivos para defender una ventaja y conseguir el resultado. Muy distintos a las miradas más superficiales, pero muy parecidos en su filosofía, los dos preparan sus partidos de acuerdo con los rivales y las eventualidades, y así han logrado convertirse en los entrenadores más exitosos de la actualidad.
Para lograr el pragmatismo con el que el equipo funcione correctamente, más allá de todas los cambios eventuales, se requiere trabajo. Y mucho. Un plantel mixto, en cualidades y posiciones, con jugadores inteligentes que entiendan las formas y se comprometan al máximo, un entrenador detallista con una idea raíz sobre la cual trabajar pero que se sujete a las coyunturas de la temporada, un trabajo físico adecuado, un ambiente preparado y paciente. Sobre todo, paciente. Son metas que sólo se logran con tiempo, y vale repetir, con trabajo.
En Argentina asistimos a la saludable aparición (y confirmación, esta semana) de un entrenador pragmático y trabajador: Marcelo Gallardo. En sus primeros momentos, supo dotarle a un equipo campeón – con la confianza que eso refiere- de un estilo propio muy atractivo: intensidad, presión, tenencia prolija, participación de todos los jugadores en el circuito futbolísticos. Así, arrolló a sus rivales y parecía que se encaminaba fácil a obtener otra copa Libertadores. Sin embargo, se le empezaron a presentar diversas dificultades: pandemia, equipos más complicados, lesiones, cansancio. Cambió y no temió, hasta modificó su táctica. Aquí la prueba de fuego para el “Muñeco”, que decidió mutar su estilo para lograr los objetivos. Así, no escatimó en arriesgar en el mediocampo, ni en alejar el peligro a través de salidas largas y rápidas, ni en buscar aprovechar su gran momento. River fue pícaro e inteligente, no pudo mantener el estilo de las primeras fechas, pero ganó y esto lo logró gracias a un plantel comprometido con su entrenador, Marcelo Gallardo, que mostró sus credenciales para encolumnarlo dentro de la lista de los pragmáticos. Y si ha fallado en el torneo local o puede llegar a fallar también mas adelante, será sólo porque todo proceso implica etapas buenas y malas, de ahí el reinventarse. Demostró trabajar, sólo necesita tiempo y aumentar los recursos con los que cuenta. Y como sostuvimos en el párrafo anterior: paciencia. De mantener este proyecto, River tendrá más alegrías que tristezas y podrá afrontar un nuevo proceso exitoso que comienza desde sus bases e instituciones.
Existe mucha injusticia en el ambiente del fútbol y en el público, sobre el pragmatismo. Muchos se han animado a juzgarlo y a calificar a los entrenadores que abiertamente se asumen a esta corriente. El pragmatismo, no está bien o mal, no es lindo o feo, el pragmatismo es la búsqueda del resultado por sobre todas las cosas, es lo útil, es lo práctico, es lo primordial del fútbol: dos equipos compiten y se enfrentan en busca de una victoria. Cada entrenador, jugador o dirigente, sabrá y considerará cuál es el medio mas conveniente. El pragmatismo no tiene absolutamente nada que ver con estilos, ni idea, ni con posesión, ni quien llega más, ni quien es mas defensivo, ni mas goleador, ni más atractivo ni aburrido. El pragmatismo se une y apunta al fútbol en su objetivo más básico: ganar.
Si hiciéramos del pragmatismo la base para que nuestra dirigencia, ligas y asociación de Jugadores se unan como uno solo para respetar y salvaguardar los derechos de nuestros futbolistas, seguros estamos que el éxito de nuestro deporte no terminaría nunca.