
En la mayoría de los casos no pasa nada… hasta que sucede. Se podría pensar que las autotransfusiones de sangre cumplen los requisitos del dopaje perfecto: eficaces, seguras e indetectables. Pero solo en teoría. En la práctica, cada una de estas tres premisas tiene sus matices. Que se lo digan a Ricardo Riccò, que se hizo tristemente famoso por esta práctica tan extendida en diversos deportes y, muy especialmente, en el ciclismo.
El ciclista italiano fue una joven promesa que llegó a estar prácticamente a la altura de las grandes figuras del Giro, el Tour y la Vuelta. Su gran error fue ser un tramposo y, además, hacerlo mal. Fue multado varias veces por utilizar EPO y otras sustancias, hasta que en 2011 recibió la sanción definitiva tras jugarse la vida y acabar hospitalizado después de transfundirse su propia sangre en mal estado. Según confesó, la había conservado en la nevera de su domicilio durante 25 días.
Efectos de las autotransfusiones sanguíneas en el rendimiento
La mayoría de los ciclistas profesionales que recurren a las autotransfusiones de sangre lo hacen en condiciones más seguras que Riccò, pero saben que se exponen tanto a ser descubiertos y descalificados como a ciertos riesgos para su salud.
Expertos en Ciencias Biomédicas y Psicofisiología, explican el objetivo fundamental de esta sangre autóloga que se extrae para, posteriormente, volverla a infundir en el organismo: “Aumentar la cantidad de glóbulos rojos y mejorar la oxigenación”.
El procedimiento se inicia muchas veces con una excursión a la alta montaña, con el fin de entrenar en condiciones de hipoxia (falta de oxígeno). Ante esta situación excepcional de reducción de la cantidad y la presión del oxígeno disponible, el organismo reacciona enviando señales para aumentar la producción de la hormona eritropoyetina (EPO), que a su vez ordena a las células madre de la médula ósea producir más glóbulos rojos, que se encargan del transporte de oxígeno a los tejidos corporales. “En definitiva, aumenta la capacidad de transporte de oxígeno de la sangre”, resumen los expertos.
Una vez finalizado el entrenamiento, se extrae esa sangre enriquecida. Al descender hasta altitudes más cercanas al nivel del mar, la sangre que circula por los vasos sanguíneos del deportista vuelve a su estado normal. Si unos días o semanas después tiene que competir, la inyección de su propia sangre enriquecida en dosis controladas le dará ventaja al elevar sus niveles de hematocrito (porcentaje de la sangre que está constituido por glóbulos rojos).
Este dopaje sanguíneo aumenta el rendimiento deportivo al incrementar la cantidad de oxígeno que llega al músculo esquelético. Por lo tanto, se trata de una ayuda ergogénica, es decir, que aumenta la potencia muscular. También sirve para mejorar la resistencia con una menor frecuencia del ritmo cardiaco, lo que se traduce en un mayor rendimiento con un menor desempeño físico, con el consiguiente retraso en la aparición del cansancio.
Se puede conseguir un aumento moderado de la masa de glóbulos rojos por otros métodos, como un entrenamiento de resistencia durante varios meses. Pero las maneras más fáciles y rápidas de conseguirlo son las prohibidas por las agencias antidopaje: infusión de glóbulos rojos (autotransfusión de sangre) o administración de eritropoyetina (EPO) para estimular su producción.
Riesgos de las autotransfusiones de sangre
Se podría pensar que, al tratarse de la propia sangre, la autotransfusión es mucho más segura que la transfusión a partir de sangre de donante, que entraña el peligro de la transmisión de infecciones. Pero no es así.
En la actualidad, el riesgo de contraer virus como el de la hepatitis C o el VIH a partir de una transfusión de sangre de otra persona queda prácticamente descartado, ya que se analiza de forma exhaustiva la presencia de estos y otros patógenos.
Sin embargo, hay que tener en cuenta que toda transfusión de sangre, sea autóloga o de donante, supone ciertos peligros, sobre todo si no se realiza en las condiciones idóneas o cuando no existe una indicación médica. Los hoteles en los que se hospedan los equipos ciclistas durante las competiciones no son lugares idóneos ni para conservar en frío las bolsas de sangre ni para realizar las transfusiones. La sangre almacenada puede deteriorarse dando lugar a células muertas capaces de producir trombos o coágulos, provocar un fallo multiorgánico e, incluso, la muerte.
Detección del dopaje sanguíneo
El dopaje sanguíneo se ha considerado tradicionalmente indetectable, a no ser que se encuentren trazas del plástico de las bolsas en las que se almacena la sangre. No obstante, tal y como puntualizó la Agencia Mundial Antidopaje (AMA) cuando se sospechó -aunque nunca de forma oficial- que Alberto Contador se había sometido a una autotransfusión en 2010, los restos de plástico en un análisis de sangre pueden tener otros orígenes, por lo que no pueden constituir una prueba concluyente.
El llamado pasaporte biológico se considera una buena herramienta para desenmascarar el dopaje. Consiste en un registro electrónico individual de todos los controles de orina y sangre a los que se somete un deportista durante un periodo de tiempo. El objetivo es determinar los valores naturales de la sangre para, a partir de ahí, apreciar la aparición de cualquier tipo de anomalía. Este sistema permite detectar sustancias extrañas, pero es mucho menos útil para la propia sangre. En el caso de las autotransfusiones, lo que hay que detectar es si los glóbulos rojos son nuevos o no, algo que no se consigue con un simple análisis sanguíneo.
Por eso se están buscando métodos específicos para el dopaje sanguíneo. Uno de ellos es el análisis de un elemento biológico que permite valorar la antigüedad de los componentes de la sangre: el microARN. Con la detección del microARN de los glóbulos rojos se puede saber si la sangre es nueva o antigua, en cuyo caso se podría concluir que se ha producido una transfusión. Este procedimiento está aún en investigación.