Recientemente @Martin_Legui haciendo una critica twiteo “Y que les asombra? Si lo que es petróleo para cualquier aplicación, red, sitio, buscador, etc, son los datos,”
Expertos señalan que los datos que circulan en internet, con la computación en nube, las redes sociales, los correos electrónicos, uso de celulares inteligentes o los sistemas de geolocalización, conforman una extensión de nuestro propio cerebro, de nuestra alma, y en su conjunto una inteligencia colectiva digital.
Ahora piense en cómo nosotros, a nivel individual, barajamos estos datos para realizar predicciones de futuro y cómo determinan las decisiones que tomamos a diario. Es por ello que una frase resuena con insistencia en los pasillos de Silicon Valley: los datos son el nuevo petróleo.
Según IBM, cada día se generan 2,5 quintillones de bytes de información en el mundo, flujo que no deja de aumentar a medida que nuestra realidad se puebla de objetos inteligentes.
Jamás en la historia la humanidad había registrado tanta información y con tanto potencial para ser usada en la construcción de un mundo mucho más predecible y, en consecuencia, menos volátil. Es por ello que proliferan las refinerías de datos de la mano de las grandes empresas tecnológicas o que la Agencia de Seguridad Nacional de Estados Unidos (NSA) está metida de lleno en la construcción de un gigantesco centro de procesamiento de datos en internet en el desierto de Utah.
En el último Foro Internacional de Contenidos Digitales en Madrid, el director de investigación de Telefónica Digital Pablo Rodríguez dijo que actualmente «somos como insectos que dejan sus feromonas por el camino» y al igual que estas criaturas esta información nos ayuda cada vez más a conectarnos y coordinarnos.
Pero algunos señalan que muchos usuarios no hemos caído en la realidad, que no somos conscientes de cuánto valen nuestros datos y por ello internet estaría funcionando con una estructura feudal: los usuarios generamos riqueza a cambio del uso de la «tierra» de internet mientras los monarcas Facebook, Google o Microsoft se reparten el botín.
Según emarketer, webpronews y el blog tecnológico Techcrunch, sólo con los ingresos por publicidad Facebook habría ganado US$1.860 millones en 2010, liderando una lista seguida por YouTube con US$945 millones, Myspace con US$388, LInkendin con US$243 y los US$45 de Twitter.
No obstante en esta especie de Salvaje Oeste donde se explotan nuestros datos por doquier ya asoman las primeras iniciativas para imponer el orden y devolver a los usuarios cierta soberanía sobre su vida digital.
A principios de año, varias legislaciones empezando por la Europea propusieron una reforma legal para proteger más eficazmente los datos personales de los usuarios y garantizar que estén protegidos independientemente de dónde estén almacenados.
Amparados por su «derecho al olvido», podrán solicitar sus datos y las compañías tendrán que informar claramente sobre lo que está en juego cada vez que pulsan «de acuerdo» en la casilla de términos y condiciones.
Además, ya existen herramientas que permiten a los usuarios gestionar sus datos personales «como si manejara una cuenta bancaria», según anuncia la página de internet Personal, dedicada a este fin.
Otras como Mydex facilitan al internauta el encriptar sus datos cada vez que realizan una compra obligando a las empresas, por ejemplo las aéreas, a aceptar los «términos y condiciones» de sus clientes si quieren que siga adelante con su compra. Algunas como la red social MyCube incluso ofrecen dinero a los usuarios por sus contenidos.
Sin embargo, para sacar partido de este petróleo de datos todavía hacen falta muchas refinerías, es decir, supercomputadoras para conocer el significado los quintillones de datos que circulan a diario por los nervios de internet o aplicaciones que permitan adaptar esta tecnología a nuestras necesidades.
Caso especial es el de la aplicación Zoom, de acuerdo con la política de privacidad de la empresa, ella recopila una gran cantidad de información privada sobre los usuarios: nombre, dirección, dirección de correo electrónico, número de teléfono, cargo y hasta el empleador.
Incluso si no crea una cuenta con Zoom, recopilará y mantendrá datos sobre el tipo de dispositivo que está utilizando y su dirección IP. También recoge información de su perfil de Facebook (si utilizó la red social para iniciar la sesión), como así también la «información que cargue, proporcione o cree mientras usa el servicio».
En su política de privacidad, Zoom asegura que no vende los datos personales de sus usuarios por dinero a terceros, pero sí los comparte con terceros para beneficiar el «negocio» de esas compañías. Por ejemplo, puede transferir información personal a Google.
Sin embargo, un artículo reciente publicado en la revista Vice señaló que la aplicación Zoom para los dispositivos de iOS de Apple (iPhone, iPad y Mac) comparte una cantidad sustancial de datos de usuario con Facebook, incluso si el usuario no tiene una cuenta de la red social.
Estos incluyen la hora en que el usuario abre la aplicación, los detalles sobre el dispositivo que utiliza, la zona horaria y la ciudad desde la que se está conectando. Hasta la compañía telefónica que le provee el servicio y el identificador único del anunciante de su dispositivo. Las empresas y los rastreadores de Internet utilizan esta última información para orientarlo con anuncios.
El derecho a la privacidad es la protección de la esfera íntima y reservada de la persona, quien no puede ser objeto de injerencias o ataques arbitrarios, así es reconocido en la Declaración Universal de Derechos Humanos y en diversos acuerdos internacionales y leyes nacionales. La privacidad no es lo que era, particularmente desde que las redes sociales juegan un papel protagónico en las relaciones humanas y en la comunicación, lo que torna difuso el límite entre lo público y lo privado.
Como consecuencia de lo antedicho, se vuelve fundamental sensibilizar a los usuarios sobre los contratos de adhesión que consienten para utilizar las aplicaciones gratuitas, el volumen de información personal que comparten en línea, la accesibilidad que otros tienen a ella y cómo esa información puede ser utilizada por terceros.
Lo cierto es que ese flujo de información, en particular los datos personales, se convirtió en un activo con valor económico. Esto lleva al segundo desafío de la privacidad, que es la retención de datos personales en manos de actores públicos y privados.
En los desafíos planteados no es fácil encontrar un balance entre la privacidad y los usos de la información personal cuando alguien es objeto de vigilancia, sea por una entidad pública o privada. Por un lado, en materia de vigilancia existen una serie de medidas vinculadas a la rendición de cuentas del sistema, como el derecho de las personas a ser notificadas de que fueron vigiladas; la información periódica sobre el uso de herramientas tecnológicas de vigilancia de las comunicaciones; los posibles estándares de publicación de información relacionados con estas prácticas; la regulación de los procedimientos de compra de estas herramientas; la posibilidad de auditar el funcionamiento de las herramientas de vigilancia con representantes de todos los sectores de la sociedad y la necesidad de regular la vigilancia privada. A quién proporcionamos nuestros datos voluntariamente a cambio de nuestra conveniencia, quién nos monitorea y qué grado de poder tienen las fuerzas de seguridad (de forma justificada) en este nuevo escenario, requiere de una mejor discusión pública.
Las nuevas legislaciones en materia de protección de datos personales a nivel mundial ponen de manifiesto el derecho de los ciudadanos a procurar su privacidad, especialmente en la era digital, mismo que a lo largo de los años ha representado una preocupación constante.
Si bien la protección de los datos personales no determina todos los aspectos de la privacidad, en la actualidad se han convertido en un elemento básico para cuidar de nuestra información en el contexto de las nuevas tecnologías, ya que en conjunto con las actividades en Internet, definen nuestra identidad digital. Sin duda, se trata de elementos básicos para mantener nuestra percepción de privacidad.
Definir la privacidad no es sencillo, ya que las concepciones cambian con el tiempo, las costumbres, las generaciones e incluso debido a factores como la tecnología. El concepto puede resultar subjetivo y por esta razón, difícil de consensuar.
A pesar de ello, el derecho a la privacidad se vislumbró desde el momento en el que surgió la inquietud por preservar la intimidad de las personas y la conciencia por otorgarles esa facultad. Este derecho puede definirse como aquel que los individuos poseen para separar aspectos de su vida íntima del escrutinio público, por lo que sin distinción, todos tenemos derecho a ella.
En la actualidad estamos inmersos en un sinnúmero de nuevas herramientas digitales que exponen nuestras actividades cada vez más, incluso con nuestro consentimiento, o también, a partir de nuestro desconocimiento.
Si bien la protección de datos personales no agota todos los aspectos de privacidad, en la era digital se han convertido en una pieza clave, ya que buscan proteger lo que se ha denominado la identidad digital; esta puede definirse como la información asociada a las actividades que los usuarios llevamos a cabo en el ciberespacio, como resultado de la interacción con otros usuarios, organizaciones o servicios en Internet, donde generalmente se trata de datos personales que suelen ser concedidos a terceros.
Estos últimos suelen procesar, almacenar o transmitir los datos de los usuarios, incluso hasta el grado de lucrar con nuestra información. En la actualidad, muchos servicios de Internet conocen gran parte de las actividades de los usuarios, gustos, preferencias, así como sus datos personales, mismos que se utilizan con fines comerciales. Por lo tanto, la protección de esta información contribuye a preservar nuestra intimidad.
En el contexto de las legislaciones para protección de datos personales de la llamada General Data Protection Regulation (GDPR), se consideran nuevos derechos, acordes con las problemáticas actuales. Esta nueva concepción legal establece nuevas figuras, como el derecho al olvido. Ahora, las personas tienen la facultad para solicitar que las empresas borren sus datos personales en determinadas circunstancias, por ejemplo, cuando la información es irrelevante para los propósitos iniciales cuando fue recopilada o cuando el dueño de los datos retira su consentimiento.
También se considera el derecho de oponerse a la elaboración de perfiles, lo que significa que las personas podrán oponerse a que sus datos personales se procesen o sean utilizados para la elaboración de perfiles en determinadas circunstancias. Por perfil se entiende a las formas de seguimiento en línea y publicidad conductual, es decir, el envío de publicidad a partir de hábitos de navegación y gustos de los usuarios, por lo que esta actividad será más difícil para las empresas que emplean esta información para fines comerciales, ya que deberán implementar los mecanismos de consentimiento adecuados.
Un tercer elemento que se considera es el derecho a la portabilidad de datos. Las personas tienen la facultad de obtener una copia de sus datos personales de la empresa que procesa su información en un formato común y legible.
Si bien la implementación de estas directrices dentro de las organizaciones puede resultar compleja y todavía no se define cómo funcionará en la práctica, las empresas a nivel mundial deben comenzar a considerar la manera en la que podrán hacer efectivos estos derechos, lo cual no es sencillo. Además de tener efecto sobre las empresas, también podrá generar cambios en los individuos, dándoles un mayor control y derechos sobre su información personal. Esperamos que puedan ejercerlos.
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